La carne y el tejido de la historia
Cristina Piffer y Claudia Contreras usan desde tejidos y bordados hasta carne vacuna para representar la violencia del pasado remoto y reciente en el país.
Trabajan juntas, comparten el mismo taller y un terreno común donde cruzan ideas. Se diría que son como carne y uña, una expresión popular que Claudia Contreras y Cristina Piffer decidieron usar para la muestra que presentan hasta fin de abril en el Centro Cultural Borges.
Los términos carne y uña aluden a una relación muy íntima, pero también a una condición muy primitiva del ser. Es esa condición primitiva, brutal, la que se desliza como una constante en la lectura de la historia que estas artistas hacen a través de recursos y soportes no convencionales.
El cuerpo de la patria Contreras utiliza el tejido, el bordado y el cuerpo femenino en el sentido metafórico de la república que se construye, dolorosamente, como una trama. Sus telas, frágiles y ligeras, aparecen tensadas, entretejidas y expuestas como el territorio de la civilidad.Sobre ese cuerpo y sus zonas erógenas, la artista borda cuidadosamente los símbolos de nuestra historia cruzados con representaciones biológicas. Células, arterias y diagramas cerebrales asimilan el territorio nacional a un organismo con enfermedades crónicas. La fragmentación y el dolor son los síntomas que Contreras consigna en historias clínicas multiplicadas en serie. El mapa corporal de la Argentina aparece acosado por la inminencia de un tumor que amenaza con consumirlo.
Las instituciones, la Casa de Tucumán, la Casa de Gobierno y la Escuela de Mecánica de la Armada, son bordadas en el sitio del sexo, asociado a la vida, el placer, pero también a la violencia.Precisamente, los actos de violencia más tremendos de la historia reciente fueron justificados con la metáfora del cuerpo enfermo que es preciso intervenir. Es allí donde se cruza la obra de Contreras con la de Piffer.
El tejido de la historia y la historia del tejido social se hacen carne en la obra de esta última. La artista desmonta este proceso en una imagen brutal. Se diría que salvaje, hasta en el modo mismo de su producción. Con un método perversamente laborioso, Piffer trabaja trozos de carne cruda, los deja secar hasta que adquieren un punto de momificación y luego los encierra en resina trasparente que les da la prolija apariencia de una lápida de mármol. Luego inscribe los nombres de la historia pasados a degüello: Beron de Astrada, Francisco Ramírez, Pedro Castelli, Santa Coloma y el Chacho Peñaloza. Figuras de distinto signo político que perdieron la cabeza al tiempo que, como señala la artista, también le hacían perder la cabeza a su verdugo.
La uña como daga. La uña es también esa daga que se clava en la carne para segar el disenso. Luego, el agua borrará la huella del crimen y así la historia sigue su curso de olvidos.
Piffer no se resigna; usa materiales transparentes para que aflore la verdad de las cosas.Tan salvaje y contradictoria como ese pasado que sobrevive en este presente de apariencias modernas y cultas, la obra de Piffer es la expresión de esa dialéctica perversa que se impone a la voluntad de saber. Sobre todo a la recomposición del tejido que estas dos artistas intentan desentrañar en la trama de la historia.