Marina Oybin. Rincones oscuros de la belleza

Cristina Piffer trabaja con tripas, grasa, trozos de carne animal encerrados en cajas de acrílico: lápidas marmóreas que aluden a una larga historia de degüellos. Se puede vistar hasta el 20 de junio, en el Malba.

A primera vista parecen bellísimas cajas de mármol, casi minimalistas. Al rato, cuando uno se acerca, descubre de qué se trata ese supuesto glamour. En la nueva edición del programa Contemporáneo 27 del Malba, Encarnaduras y entripados, con curaduría de Fernando Davis, reúne una selección de obras de Cristina Piffer, desde sus inicios hasta hoy. Imperdible.  

Hay módulos de su serie “Perder la cabeza” (1998), una frase popular que alude a la exaltación que provoca el amor, aquí se vuelve trágicamente literal. Los pedazos de carne vacuna, que parecen recién cortados pero tienen unos diez años, metidos en cajas de acrílico y resina poliéster transparente, son como lápidas. De un solo cuchillazo, el corte fino de matambre deviene carne humana y, al rato, historia. En esas bellas lápidas de carne marmórea figuran los nombres de algunos de los que pasaron por el degüello: cuerpos exhibidos para disciplinar, amedrentar, sembrar el terror. Sin embargo, al ver esas lápidas uno no puede dejar de pensar en otros cuerpos: los de los desaparecidos.

Cuenta la artista que, cuchillo en mano, algunas prácticas se ejercían indiscriminadamente sobre animales y hombres. Ahí está “Lonja” (2002), una tira de cuero crudo, casi transparente, tensada entre dos ganchos de acero. “En la batalla de Pago Largo, en 1839, el Ejército Federal aplastó a Berón de Astrada, gobernador de Corrientes. Lo degollaron y le sacaron una lonja de piel de la espalda, con la que hicieron, como si fuera cuero, una manea -elemento que se usa para trabar los caballos- y se lo entregaron a Urquiza como trofeo”.

Se exhiben obras de su muestra Entripados (2002). Eso no dicho, y que provoca tanta angustia que ni se puede sugerir -y a la inversa- se vuelve, otra vez, potente literalidad. Siguiendo el método tradicional para hacer puños de cuchillos y sogas, Piffer trenza pacientemente las vísceras. Son tripas trenzadas y sostenidas en pulcros ganchos diseñados por la artista y sumergidos en frascos con formol. Todo prolijamente apoyado en mesadas de acero, bien asépticas, mix de morgue y matadero. Impecable. “Me interesa la idea de destripar. Era una técnica muy habitual: después de los enfrentamientos entre cuchilleros, se destripaba el cadáver y se lo arrojaba al agua para que no flotara. Lo leí en uno de los cuentos de Borges”, comenta Piffer.

Cerca del ventanal de la sala, está “Neocolonial”, un piso de baldosas de carne y grasa, realizado especialmente para esta muestra. Un neocolonial bien acorde al de nuestras pampas. Hay, además, una serie de mesadas de grasa vacuna (perforadas con pernos de acero y con inscripciones) que son una joyita. “Son relatos de sobrevivientes de batallas. Hay historias oficiales que desconocen estos relatos: me gusta trabajar con la historia oficial y las historias obturadas o escamoteadas”, dice la artista. Es necesario acercarse a esas obras y tomarse un buen tiempo para ver qué dicen esos textos sobre el blanco purísimo de la grasa.

No faltan obras con sangre deshidratada de vaca, un sello Piffer. Cuenta la artista que al principio le inquietaba eso de tener kilos de sangre en polvo (se utiliza como agregado en la elaboración de distintos alimentos) en su taller y en su casa: pensaba que los bichos iban a coparlo todo. Felizmente, con una serie de cuidados, nada de eso ocurrió. Ahí están sus serigrafías de billetes (una de ellas, por su gran tamaño, fue realizada íntegramente en el Malba) hechas con sangre deshidratada, que toman la iconografía de los billetes que circulaban en el siglo XIX. Ostentaban cabezas de vacas o algún otro animal de cría. Olvídese de los hombres ilustres de la política local, otros eran los héroes del modelo agroexportador.

Hay también una hermosa caja llena de kilos de sangre en polvo con una inscripción: “41 millones de hectáreas”, el territorio que el Estado nacional “incorporó” tras la campaña al desierto. En pleno montaje, aún está abierta la bolsa de nylon con sangre deshidratada que se usó para la caja. Me acerco y agarro un puñado de ese polvo aterciopelado de color chocolate: impresionante olor a animal.  

Artilugios del arte: en las obras de Piffer, la belleza de las formas lleva siempre a lugares oscuros.

 

PIFFER BÁSICO

BUENOS AIRES, 1953

ARTISTA PLÁSTICA

Arquitecta de formación, incursionó en el mundo del arte con más de treinta años. Después de estudiar pintura en talleres, comenzó a investigar y trabajar con carne, tripas y grasa vacuna. En 1998 realizó su primera exposición Como carne y uña, en el Centro Cultural Borges. Su obra se expuso en Alemania, España, EEUU y Perú, entre otros países. Ha recibido numerosos premios. Poseen obra suya el MALBA, el MAMBA y colecciones privadas.

 

FICHA

Contemporáneo 27 

LUGAR: MALBA, AVDA. FIGUEROA ALCORTA 3415

FECHA: HASTA 20 DE JUNIO

HORARIO: JUEVES A LUNES, 12 A 20; MIÉRCOLES HASTA 21  

ENTRADA: ADULTOS $22; DOCENTES, JUBILADOS Y ESTUD, $11. MIÉRCOLES: GENERAL $10; DOCENTES Y JUBILADO $5