Fernando Davis. Cristina Piffer: Argento

La obra de la artista Cristina Piffer reunida en la exposición Argento articula y pone en funcionamiento dos principales estrategias poéticas y políticas. Por un lado, Piffer recurre a un conjunto de procedimientos de impresión, transferencia y registro fotográfico en los que la imagen opera como huella, calco, inscripción o marca grabada. Por otro lado, utiliza materiales orgánicos como grasa, carne y sangre deshidratada que dispone sellados en baldosas de acrílico y resina poliéster o sobre asépticos estantes y mesadas de acero. Dispositivos que operan conteniendo y reprimiendo los desbordes y desajustes de la carne, tecnologías de disciplinamiento y de corrección de los cuerpos, de instrumentalización racionalizada y sistemática de la violencia.

Desde estas estrategias simultáneas, la obra de Piffer interpela la historia política argentina desde fines del siglo XIX. Extrae del espesor conflictual de su trama imágenes y textos silenciados o marginados por los discursos de la historia oficial, para cuestionar los trazados autoritarios de sus recorridos normalizados, con el fuera-de-registro de los cuerpos expulsados o borrados de dichas narrativas. La violencia retorna, como señala Marcelo Pacheco, “como palabra y como acto constantes en la historia argentina, desde su formación como Estado y como Nación”.[1]

En 41 millones de hectáreas (2010), el dato numérico grabado por la artista sobre sangre en polvo hace referencia a la cantidad de hectáreas patagónicas expropiadas a los pueblos originarios salvajemente masacrados durante la llamada “Campaña del Desierto”, una campaña militar iniciada en 1878 bajo el mando del general Julio Argentino Roca. El genocidio indígena y la expropiación de sus tierras, posteriormente repartidas a un puñado de familias de la burguesía terrateniente criolla, constituye el episodio fundante de un proyecto de Nación centrado en la consolidación de un Estado liberal oligárquico y en el desarrollo de un modelo económico agroexportador.

En Inventario (2018), Piffer transcribe con grasa, mediante impresión en serigrafía sobre papel, datos tomados del registro de restos humanos indígenas que integran el Catálogo de la Sección Antropológica del Museo de La Plata, recopilado en 1911 por el médico y etnólogo alemán Robert Lehmann-Nitsche. El lonko mapuche Inacayal, uno de los últimos jefes indígenas en resistir la avanzada militar de Roca sobre la Patagonia, fue tomado prisionero en 1885 por el Ejército y posteriormente destinado, junto con otras once personas, al Museo de La Plata, por gestiones de su primer director, el perito Francisco P. Moreno. Allí fueron encerrados y obligados a trabajar como ordenanzas y peones. Luego de su muerte en 1887, el cuerpo de Inacayal fue diseccionado y exhibido en el museo.  

El trabajo de archivo constituye una dimensión crucial en la obra de Piffer. El Archivo Fotográfico del Museo de La Plata también sirve de base a la artista en la serie Argento. Braceros (2018), en la que retratos de indígenas son revelados sobre placas de vidrio, mediante una técnica fotográfica, el colodión húmedo, utilizada en la segunda mitad del siglo XIX. Archivos pulsantes: el texto suspendido en la legibilidad demorada del blanco-sobre-blanco de la grasa sobre el papel. La mancha que se derrama sobre la forma nítida del texto archivístico y opaca la productividad disciplinaria de sus órdenes de autoridad. El retrato antropológico como una presencia-ausencia, también en suspenso, como imagen sin cuerpo, ingrávida, espectral, sensibilizada en nitrato de plata sobre la superficie del vidrio. Latencias de lo reprimido, de lo que pugna por hacerse visible, de lo que convoca nuestra mirada y reclama ser nombrado.  

En la instalación Argento. 300 Actas (2017), Piffer parte de las actas, pertenecientes al archivo del Arzobispado de Buenos Aires, de trescientos bautismos realizados a indígenas recluidos como prisioneros en la isla Martín García, cuyos textos traslada a hojas de metal, mediante el calado del material. Desde finales del siglo XIX la isla Martín García funcionó como un centro de concentración, disciplinamiento biopolítico y explotación física de los indígenas. Los investigadores Mariano Nagy y Alexis Papazian analizan la continuidad entre “las prácticas de control y explotación en la isla, con las prácticas de distribución y utilización fuera de la misma”. Desde una política de Estado que impulsó el reparto sistemático de “cuerpos disponibles”, los prisioneros indígenas, convertidos en mano de obra esclava, eran destinados a actividades productivas, servicio doméstico o incorporados al ejército y a la marina.[2]

La obra de Piffer excava en los pliegues y sedimentaciones de la historia, interroga sus latencias reprimidas, sus reverberaciones contemporáneas. El pasado no constituye una instancia clausurada y definitiva, sino, por el contrario, un territorio abierto a la apuesta conflictual de un presente donde se libra la batalla por su interpretación. Para la artista se trata, en tal sentido, de volver sobre esos pasados soterrados, en sus traumáticas cancelaciones y en sus persistentes retornos, de interpelar las marcas discontinuas de sus restos y borraduras para hacerlos pulsar políticamente e incidir en nuestro presente.

 

[1] Marcelo Pacheco, sin título, para la III Bienal Iberoamericana de Lima, 2002. Publicado también en: Cristina Piffer, Buenos Aires, Ignacio Liprandi Arte Contemporáneo, 2010. 

[2] Mariano Nagy y Alexis Papazian, “El campo de concentración de Martín García. Entre el control estatal de la isla y las prácticas de distribución de indígenas”, Corpus. Archivos virtuales de la alteridad americana, vol. 1, nº 2, 2do. semestre de 2011. En línea: http://ppct.caicyt.gov.ar/index.php/corpus